viernes, 22 de marzo de 2013

Simpatía, empatía y antipatía


La simpatía consiste, por una parte, en el hecho de compartir los sentimientos del otro, de experimentar con él/ella penas y alegrías, y, por otra, la inclinación, la atracción hacia el otro. La empatía es la facultad de ponerse en el lugar del otro. La antipatía, ya se sabe: es todo lo contrario a la simpatía.

Está demostrado que la gente tiende a elegir por amigos a personas que, ¡curiosamente!, consideran que les eligen "a ellos". En otras palabras: nos gustan aquellas personas que parecen mirarnos con buenos ojos. ¡Éstos son los que nos caen bien!

Lo penoso son los chicos que no pueden sintonizar con otros de su edad, y andan solitarios, dando tumbos de un lado a otro. Se ha comprobado que aquellos que tienen problemas con su grupo de iguales en etapas tempranas de la vida, suelen pasar por dificultades serias durante la adolescencia y la edad adulta. ¡Al tanto, pues, maestros, monitores y educadores en general: no permitan grupos excluyentes y niños marginados!

La amistad tiene una función primordialmente en la integración en la sociedad. Dentro del aprendizaje social de las relaciones con los demás, la amistad juvenil permite que se tome conciencia de la realidad del otro, se formen actitudes sociales y se tenga experiencia de las relaciones interpersonales. En definitiva, las relaciones con los iguales son de una importancia vital porque proporcionan la oportunidad de aprender cómo actuar con los demás, controlar la propia conducta social, desarrollar habilidades e intereses adecuados a la edad de cada uno, y compartir sentimientos y actitudes similares. La oportunidad de revelar la propia personalidad, la sensación de confianza y el sentimiento de poseer algo único y exclusivo, también proporcionan aquella intimidad que convierte la amistad en algo tan importante. Su ausencia, como en el caso del adolescente sin amigos hace que el mundo se transforme en un lugar frío e inhóspito.

En la escuela, en una clase normal, uno de cada cinco jóvenes, aproximadamente, es un sujeto aislado. Cuando se trata de formar equipos de trabajo nadie cuenta con él. Tampoco le elige como amigo ninguno de sus compañeros de clase... Aquí es donde el profesorado tiene que demostrar su sagacidad, movilizando los grupitos y camarillas del aula para dar cabida e integrar a los alumnos aislados. Mientras, en el otro extremo, están los miembros populares, elegidos por muchos de sus compañeros. Son los simpáticos por excelencia.

Llegados a este punto de las preferencias y antipatías en los grupos de adolescentes, es importante distinguir entre la popularidad -el atractivo general que se despierta en los demás- y la capacidad real de entablar amistades. Así, resulta que los chicos populares pueden tener muchos admiradores pero pocos amigos efectivos. Ser objeto de admiración para muchos quizá tienda a aislar a una persona, impidiéndole establecer relaciones más íntimas con los demás, sobre todo si las cualidades o los logros que provocan la popularidad suscitan la envidia de aquellos que carecen de tales dones (y aquí tendrían cabida los "odiosos" alumnos brillantes y superdotados).

Los jóvenes que son aceptados por sus iguales acostumbran a reunir una serie de condiciones: 

1) Demuestran sensibilidad, capacidad de respuesta y generosidad; ayudan a los demás y conceden atención y afecto a sus compañeros.

2) Son confiados en sus contactos sociales, y se muestran activos y cordiales (tienen una correcta autoimagen).

3) Ven las cosas desde el punto de vista del otro joven (practican, así, la empatía).

4) Son eficaces en la solución de los dilemas cotidianos que impliquen relaciones interpersonales.

5) Hacen que los demás se sientan aceptados y participativos, promoviendo y proyectando en grupo actividades divertidas.

6) Manifiestan abundantes actividades empáticas, como la capacidad de controlar su propia conducta teniendo en cuenta el efecto que produce o podría producir sobre los demás.

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